jueves, 13 de septiembre de 2012

O MEU LIBRO DOS AMIGOS: DELFÍN GARCÍA GUERRA




COMPOSTELA, TRISTE Y DESAPACIBLE, LLORA HOY LA DOLOROSA PÉRDIDA DEL CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO, DELFÍN GARCÍA GUERRA


 Sei, teño a seguranza de que o meu mestre Don Ramón Otero Pedrayo me ten pwerdoado que aproveite o título dun dos seus libros máis íntimos, O libro dos amigos, para iniciar no meu blog a lembranza daqueles que o foron meus. A apertura desta nova sección non podía, de certo, levar coma pórtico de entrada outro que non fora o inesquecible Delfín García Guerra. A súa ausencia significou e significa para min e a miña dona a perda máis importante sufrida nas nosas vidas. As palabras que van a continuación apareceron no seu día nas páxinas de EL CORREO GALLEGO de Santiago. Hoxe reprodúcense aquí co mesmo fondo sentimento con que se escribiron entón. Dicían así:
 
"Licenciado en Medicina por la Universidad de Santiago de Compostela, Doctor por la Complutense de Madrid, Profesor Agregado de Historia de la Medicina en la Universidad de Cantabria, Titular de la misma disciplina en la Complutense de Madrid, Catedrático de Historia de la Ciencia, primero, en la Universidad de Oviedo y, en la actualidad, en su Universidad de Santiago de Compostela, Delfín García Guerra, que había nacido hace sesenta y cuatro años en la compostelana Rúa do Vilar, nos abandonó sorpresivamente en la noche de ayer lunes, dejándonos sumidos en el dolor de la más absoluta impotencia.
Ni el éxito ni el prestigio alcanzados en el ejercicio de su profesión de Médico, primero, en Vilaxoán, y, más tarde, en Vilagarcía de Arousa, fueron suficientes para acallar su vocación universitaria de investigador y enseñante. La obtención del Grado de Doctor con la tesis El Hospital Real de Santiago (1499-1804, dirigida por D. Pedro Laín Entralgo, sería el primer paso para ese cambio decisivo en su vida.
El Profesor Delfín García Guerra perteneció a ese grupo privilegiado de maestros que, conociendo el rigor de la labor investigadora, se complace en el arte de la comunicación fácil, casi familiar. Lo más oscuro, lo más profundo o técnico, se mostraba transparente a través de su palabra espontánea, plena siempre de naturalidad. Tanto en el aula como en sus escritos, hizo gala siempre del arte de los antiguos físicos, "que -como nos recordaba D. Juan Manuel en su Conde Lucanor- quando quieren fazer alguna melizina que aproveche al fígado, por razón que naturalmente el fígado se paga de las cosas dulçes, mezclan con aquella melezina que quiere melezinar el fígado, açúcar o miel o alguna cosa dulçe".
Espírito enormemente generoso, Delfín García Guerra introducía en sus enseñanzas, como "cosa dulce", el regalo de su incondicional amistad. De ello son buenos testigos sus alumnos y, sobre todo, los doctorandos que disfrutaron, dun modo más personal, el privilegio de su magisterio.
Especialmente interesado en los aspectos médicos y antropológicos de la novela realista española, en los que encontró el mejor escape para su otra gran vocación, la Literatura, desarrolla una importante labor como Co-Director del Seminario de Medicina y Literatura del Departamento de Historia de la Medicina de la Complutense de Madrid y como colaborador de la revista Jano.  La realización más ambiciosa en este ámbito la constituye sin duda su obra La condición humana en Emilia Pardo Bazán.  
Su objetivo prioritario, como investigador e historiador de la Medicina, no era simplemente la descripción e interpretación de la enfermedad y los medios empleados a lo largo del tiempo para curarla. Siendo ese un aspecto importante de su trabajo, es el hombre mismo, en cuanto protagonista de descubrimientos, avances y aplicaciones de nuevas técnicas y conocimientos, y, sobre todo, en cuanto ser que estima como un bien inapreciable la vida y, en consecuencia, la salud, lo que le preocupó fundamentalmente. De ahí el interés, científico y antropológico, que caracterizó siempre su quehacer como investigador y como profesor.
Trabajos, como el espléndido Lepra asturiensis. La contribución asturiana en la historia de la pelagra (Siglos XVIII-XIX), firmado con su colaborador el doctorando Víctor Álvarez Antuña, acreditan suficientemente la trascendencia que Delfín García Guerra le concedía a la enseñanza, en general, y, en particular, a la universidad, en su obligado papel de estimuladores y enriquecedores de la cultura de su propio entorno. Punto de vista que aparece especialmente claro en la importancia que la presencia de lo gallego y, más concretamente, de lo compostelano, alcanza en su obra. Sin duda, como punto de referencia familiar, pero, también y sobre todo, como modo de ver y entender la realidad.
Si pretendiera ocultar su origen gallego -pecado del que no puede acusarse a este compostelano orgulloso de su patria chica-, le delataría, más que su abierta admiración por la tierra, la fina y delicada ironía con que observa su entorno, las cosas aparentemente más insignificantes, la tragedia de una vieja asistencia sanitaria víctima no tanto de la ignorancia como de los intereses particulares o gremiales de los primeros responsables en actualizarla y modernizarla, la realidad de un mundo que disimula su miedo a la enfermedad y a la muerte en sus crencias, en sus esperanzas religiosas o en el fatalismo de su actitud ante la vida. Las situaciones más terribles, insolidarias o inhumanas, son, en la aguda observación de este gallego comprensivo y objetivamente desapasionado, simples escenas dun acontecer histórico marcado en el tiempo por la miseria y el hambre, la despreocupación y el olvido de los que teniendo poder para remediarlo gastaban sus energías en contiendas teóricas o en realizaciones que concedían honores y títulos. Sin acritudes, sin críticas ni gritos retóricos de inconformista denunciador de injusticias. Su palabra describe simplemente lo que su ojo y su inteligencia descubren. Apenas un guiño, una sonrisa dolorida, irónica, que no logra disimular la rebeldía de su sensibilidad lastimada.
El compostelano Delfín García Guerra dedicó las últimas horas de su vida, hasta las cinco de la mañana del fatídico lunes que nos lo arrebató, a la corrección definitiva de su último trabajo sobre su Compostela, la Historia de la Facultad de Medicina de Santiago. Una obra, inédita [actualmente publicada por la Universidad de Santiago], que, junto con su historia de El Hospital Real de Santiago (1499-1804), Ed. Fundación Barrié de la Maza, 1983), La condición humana en Emilia Pardo Bazán, Xuntanza Editorial, 1990, y Medicina y sociedad en Santiago (s.XVIII), Biblioteca 114 de EL CORREO GALLEGO, 1992, constituye su apasionado legado de amor a una ciudad, a una tierra y a unas gentes, que hoy, conscientes del valor que significa su pérdida, le tributan su último adiós."
Para nós, tódolos seus amigos, sempre presente.

M. QUINTÁNS SUÁREZ

LIBROS PARA VOLVER A LER: "LA FACULTAD DE MEDICINA DE SANTIAGO EN EL SIGLO XIX"




A FACULTADE DE MEDICINA DE SANTIAGO NO SÉCULO XIX

            A Facultade de Medicina da Universidade Santiago de Compostela e a propia Universidade na figura do seu Rector, D. Darío Villanueva, rendíalle recentemente unha homenaxe póstuma ó profesor Delfín García Guerra, cunha espléndia edición da súa obra La facultad de Medicina de Santiago en el siglo XIX,  no remate da cal estaba traballando o autor cando inesperadamente o sorprendeu a morte. O propio Rector abre o prólogo-pórtico desta edición con estas palabras:
            “La Universidad de Santiago de Compostela sólo pudo contar con el magisterio de su primer catedrátido de Historia de la Medicina, el doctor Delfín García Guerra, desde 1996, año de su traslado desde la Universidad de Oviedo, hasta abril de 1998, fecha de su fallecimiento. Se frustraba así lo que bien podría haber significado la resolución de una anomalía paradójica: que una de las universidades con más Historia en lo referente a la enseñanza de la Medicina y a la actividad clínico-hospitalaria careciese de una cátedra dedicada a su estudio, desempeñada por lo demás, por un ilustre académico, formado en sus propias aulas, docente en las cántabras y complutenses antes de la consecución de su primera cátedra, y acreditado investigador al que se debían aportaciones imprescindibles sobre el Hospital Real de Galicia o la Medicina y la Sociedad en la Compostela del siglo XVIII.”
            Esta Historia da Facultade de Medicina de Santiago, que o autor circunscribe ó século XIX, é, en realidade, a historia das orixes e consolidación desta Facultade na nosa Universidade, unha historia que se desenvolve ó longo de seis capítulos, con rótulos tan significativos e expresivos coma “La gestación de un nuevo modelo docente (1801-1840)”, “La consolidación de la Facultad (1840-1857)”, “La enseñanza práctica de la Anatomía”, “La enseñanza clínica”, “Fonseca fulget (1857-1900)” e “El desarrrollo del Hospital Clínico”.
            Unha historia, en calquera caso, atípica, moi pouco convencional. Dende a súa perfecta identificación co labor investigador e docente de seu pai, resúmeo perfectamente a súa filla, a doutora Ángela García Caeiro, no “prefacio” introductorio desta publicación:
            “Son, pienso, estas características –su antidogmatismo, su sentido humanista del saber, sus preocupaciones didácticas...- las que explican el carácter de una historia de la Facultad de Medicina en la que el lector, suspendido una y otra vez en su recorrido por sugerentes referencias, más o menos anecdóticas, siente el latido de la vida social y política de una Compostela decimonónica que buscaba su futuro en la superación de los enfrentamientos entre los distintos grupos de poder y sus intereses más mezquinos. Respira en sus páginas el aliento de los impulsos progresistas de las más ilustres personalidades del momento, y es testigo del quehacer cotidiano y de las esperanzas de las clases más humildes. La Medicina y, más concretamente, la aventura de crear, definir y consolidar una Facultad de Medicina acorde con las necesidades y la creciente importancia de la Ciudad, parece sólo el mirador privilegiado desde el que el autor nos ofrece su emocionada visión, profunda y apasionada, de la condición humana, de sus grandezas y miserias.”
            Serán os estudosos e lectores curiosos da nosa Historia os que xulguen ata onde ten superado este traballo o humilde obxectivo do autor, de que esta obra sirva para renovar “los lazos afectivos con su alma mater” de tódolos médicos galegos.

M. QUINTÁNS S.

domingo, 9 de septiembre de 2012

LIBROS PARA VOLVER A LER: "AGASALLO DE SOMBRAS"


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         
                                   CAMIÑOS DO TEATRO GALEGO ACTUAL


            Aínda que razóns de índole non literaria poderían aconsella-la miña abstención no intre de dicidir esta presentación, superando pudores que nunca me incomodaron en exceso, non tiven ánimo abondo para renuncia-la oportunidade que me agasallaba este agasallador de sombras, que é, nesta circunstancia concreta, Roberto Vidal Bolaño, para insistir nunha vella teima na que dalgún xeito me ten atrapado a miña curiosidade e interese pola literatura galega de hoxe. ¿É posible, escoitamos sorrir moitas veces, unha literatura galega que, mergullándose no galego máis auténtico e profundo, poida acadar no contexto da literatura universal papeis semellantes, por exemplo, ós da literatura castelá con obras inmortais coma o Quixote de Miguel de Cervantes?
          O paso, efectivamente, do particular ó universal, do anecdótico ó trascendente, do propio ó común, -pretensión lexítima e ata irrenunciable da obra de arte-, aparece, con frecuencia, coma un atranco imposible de salvar para o autor en exceso identificado con aquilo que é parte profundamente sentida de si mesmo. O propio ensino, o máis académico, non dubida no emprego de recursos coma "é un escritor rexionalista", "é un costumista de época", "acadou certo éxito local", etc., etc., para deixar a máis dun creador de relevo no curruncho dos necesariamente condenados ó esquecemento de todo segundón sen fortuna. Viaxar e coñecer paises e culturas diferentes, cando menos inspirarse nas grandes creacións dos mestres aplaudidos en linguas alleas, parece cando menos se-lo único camiño do universalismo tan desexado.
      Aínda que só sexa por aforrar discursos innecesarios, consentídeme unha referencia, superficial, sobre o citado Quixote. Resultaría, evidentemente, moi doado compara-lo seu crédito, recoñecido en todo o mundo, co tan pequeno acadado por outras obras de Cervantes de contido moito máis "trascendente". É ben sabido, por outra banda, que o autor, mesmo no Quixote, utiliza coma materiais fundamentais, ademais do mundo cultural do seu propio entorno -costumes, tradicións, lingua..., da Castela rural-, os tópicos máis tópicos dun xénero popular, os libros de cabalería, abertamente criticados e menosprezados non só polas clases máis cultas, senón, incluso, pola crítica literaria máis rigorosa. Por outra banda, os coñecementos do autor do mundo italiano ou do mundo turco teñen ben pouco que ver, tematicamente, co mundo do Quixote. Todo iso suxire, claro é, moitas preguntas que, neste caso, vou limitar só a unha moi sinxela: ¿Onde o segredo do seu carácter universal?
           Hai só unha resposta, unha única explicación: a autenticidade do mundo creado, a verdade lograda na expresión artística dunha identidade propia. Dito dunha maneira máis familiar: Sancho é tanto máis universal canto máis é un auténtico rústico castelán, coma don Quixote logra a universalidade na identidade coa súa condición real de frustrado fidalgo soñador de xustizas que conquistan glorias e honra. Tan auténticos un e outro, e a vida mesma que ámbolos dous viven no relato de Cervantes, que cada un remata sendo vítima desa obrigada metamorfose que nos impón a experiencia cotiá, o contacto coa outra realidade, coa súa face descoñecida. Así, Sancho descobre o senso misterioso dos ideais humanos, e chega a intui-la razón do seu poder sobre a vontade do home; don Quixote comprende, á fin, canto hai de loucura na cobiza dun mundo máis xusto, máis libre e máis humano, e renuncia os seus soños de gloria na paz dunha cordura sen esperanzas terreas. Aquilo que o profesor Moreno Báez chamara "quijotización" de Sancho e "sanchificación" de don Quixote.
        ¿Quere dicir isto que non é importante para o artista o coñecemento doutros mundos e a experiencia doutras culturas? ¿Que, se cadra, non é posible esa pretendida universalidade na recreación de universos alleos? Nin unha cousa nin outra. O que se pretende dicir aquí é simplemente o que se di. Primeiro, que non é necesario renuncia-lo mundo da realidade familiar na busca de exotismos e sorprendentes novidades, non só innecesarios, senón, incluso, perigosos, sobre todo, para o escritor pouco experimentado; e, en segundo lugar, que, en calquera caso, só parece posible esa necesaria identificación do artista co universo que recrea dende unha vivencia íntima, amorosa, con esa realidade recreada.
       Poderíamos preguntarnos aínda: ¿É o Quixote de Cervantes, por seguir co mesmo exemplo, unha obra castelá? ¿Non deberíamos clasificar estas obras, universais, non só coma patrimonios da humanidade senón coma creacións de xenios de mentalidade e sentimentos universais? ¿Non pretendemos afirma-la súa universalidade, mesmo, na constatación de que Aquiles, Ulises, Hamlet, don Quixote, Sancho, ..., son simplemente imaxes-símbolo do home universal, do home auténtico de calquera tempo e lugar?... Efectivamente é así. Mais sen esquecer que tal logro se acadou, mesmo, na xenialidade dun autor capaz de descubrir esa significación na recreación dunha realidade concreta, na expresión artística dunha identidade familiar a súa experiencia de observador, na simbolización dunha lingua singular, propia, conformadora por si mesma desa visión creadora.
     Témo-lo dereito e a obriga de universalizar unha literatura que, evidentemente, ten acadado ese recoñecemenmto, fai moito tempo, no cultivo do xénero lírico, e méritos abondo, xa conquistados, no ámbito da narrativa e, se cadra, no da mesma literatura dramática, en calquera caso o xénero máis descoñecido cando non o máis esquecido. Pero sen renuncias perigosas do noso propio universo cultural, dende a nosa propia identidade galega.
       O teatro é, evidentemente, algo máis ca literatura, quizabes, moito máis. Pero tamén é iso, tamén é lingua e palabra, aínda que prefira falar con acenos e xestos, con movementos,... cunha linguaxe propia que chamamos linguaxe teatral. Unha linguaxe que se dirixe a tódolos sentidos. Luces e decorados, música e efectos especiais, traxes e mobiliarios... O teatro é diante de nada unha representación da propia vida, unha posta en escea do acontecer humano, dun conflito no que o home é sempre o seu principal protagonista. Pero tamén un modo de comunicación, de carácter apelativo, provocativo, que, deixándonos ve-la outra face da realidade, o lado que tantas veces o noso propio inconsciente se esforza en nos ocultar, pretende esperta-la nosa capacidade de reflexión, a nosa conciencia, excitando vontades adormecidas, impeléndonos a unha acción purificadora de olvidos degradadores da nosa condición de seres humanos.
       Preocúpame neste senso o teatro escamoteador da realidade, da verdade; o teatro que se refuxia na retórica baleira do espectáculo, na visión de mundos alleos a nosa propia experiencia cotiá; o teatro que folga as súas obrigadas inquedanzas de testemuña do seu tempo na doada identidade dunha lingua que tamén sirve, non o esquezamos, de vehículo eficaz para a transmisión do programa máis alienante.
      Penso que o texto que se ofrece neste volume da "Biblioteca 114" de EL CORREO GALLEGO de Santiago constitúe un espléndido exemplo, tanto para clarexa-lo que ata aquí se vén dicindo, coma para poder amosa-lo que, persoalmente, entendo coma o camiño máis prometedor cara a un futuro do  teatro galego, que, dalgún xeito, está xa a ser realidade.
      Agasallo de sombras de Roberto Vidal Bolaño non é, sendo un texto fundamental na obra do autor, nin, se cadra, o seu traballo máis logrado, nin, evidentemente, o único. Autor dunha vintena de obras, só algunhas poucas coma Loudamuco señor de ningures-Ladaíñas pola morte do Meco e agora Agasallo de sombras teñen ende ben merecida esa rara honra da publicación. Insistir, por outro lado, nesta lamentable circunstancia, non significa máis ca darlle voltas a un veo gastado. Simplemente, a edición do libro de teatro, e máis a do libro de teatro galego, non é, hoxendía, unha boa inversión comercial. Non importa siquera que se trate de obras estreadas, algunhas con enorme éxito, ou de textos distinguidos con diferentes premios. Abonde lembrar, se non, Antroido na rúa, I e II, Memoria de mortos e de ausentes, mención especial no VI Concurso "Abrente", Xaxara, Peituda, Paniogas, Tarelo, o rapaz e o Cachamón, ou como trocar en rato pequecho o meirande xigantón, mención especial no III Concurso de T.I. "O Facho", Bailadela da morte ditosa, premio "Abrente", Ruada das papas e o unto, Touporroutou da lúa e do sol, Percival sobre relatos de X.L. Mendez Ferrín, medalla de ouro da cidade de Valladolid ó mellor texto teatral español, Romance dos figos de ouro, Caprice des dieux- Antollo de deuses, Cochos, Saxo tenor, Primeiro Premio "Alvaro Cunqueiro" de 1.991, ou a mesma Agasallo de sombras, entre outras.
        Roberto Vidal Bolaño non é, ende ben, no mundo do teatro, só un autor de textos, con ser un dos máis notables no campo do teatro galego. A súa devoción e paixón pola arte de Talía fixeron del, dende un primeiro actor, solicitado tanto polo cine galego coma polo do Estado, ata un dos mellores directores con que conta actualmente a nosa escea. Eduardo Alonso xustificaba a súa incorporación coma autor e director ó Centro Dramático Galego, na tempada 1.984, con estas palabras: "O Centro Dramático Galego está alimentado profesionalmente por unha xeración de creadores que teñen características propias (...); e esta xeración de homes e mulleres do teatro ten os seus autores, e dentro deles un home comprometido creativamente ó máximo co teatro que nestes momentos se realiza en Galicia, e dende múltiples aspectos: texto, dramaturxia, dirección, escenografía, iluminación, interpretación... Roberto Vidal Bolaño; era, penso, pois, elemental, encargarlle un traballo para esta temporada inicial do Centro Dramático Galego."
        Nada, de certo, que teña que ver co teatro, ou mesmo co cine e a televisión, é alleo á curiosidade do autor de Agasallo de sombras. Os máis entendidos non saben dicir en que campo concreto de ámbalas artes resulta máis eficaz e brillante. Se o premio que lle concedía o ano pasado EL CORREO GALLEGO de Santiago de Compostela polo seu labor de iluminación en A casa dos afogados de Fernán Vello -unha obra que, sen dúbida, debe máis dunha idea ó Agasallo de sombras de Roberto Vidal Bolaño- é suficientemente expresivo do entusiasmo e sabiduría con que sabe enfrontar aspectos técnicos tan complexos e significativos do teatro moderno, a súa recente designación para a posta en escea do Incerto señor don Hamlet, príncipe de Dinamarca de Alvaro Cunqueiro como segundo Director ó lado de Ricart Salvat, e Director en Xira, para a súa presentación nas principais cidades de Galicia e en Portugal, avalan de sobra a alta consideración que ostenta actualmente neste medio.
       É, ende ben, a súa faceta de autor a máis relevante e de especial importancia para a historia do teatro galego. E non só porque, como escribe Luca de Tena -"Travesía de apariencias hacia Rosalía Castro", 13, EL PUBLICO, 1.984- "es, sin duda, el primer dramaturgo gallego, aunque sólo fuera por la cantidad de textos que ha escrito para la escena", senón e, sobre todo, porque, como dixo o mesmo crítico, "Entre los que andan en este oficio, imposible en Galicia, es, quizás, quien más se ha preocupado por recrear una tradición teatral propia". Gustavo Luca de Tena resume así esta preocupación do autor de Agasallo de sombras:
        "Estamos ante el autor que ha investigado todos los rincones de la cultura de Galicia que tengan realación directa o colateral con la escena. Las máscaras, el carnaval, los ritos y ceremonias del ciclo anual del campo, los desafíos, la estética de la superstición, el cuento popular o la música son fuentes a las que ha peregrinado para llevar agua al molino de su teatro".
          Galicia, nas raigañas populares da súa identidade histórica, é, de certo, o seu obxectivo derradeiro. Non, certamente, para poñer diante do espectador un pasado esquecido ou un presente a pique de se perder -algo de todo merecente dese interese- senón para intentar recupera-lo seu significado auténtico, o senso profundo dunha verdade en perigo de se esvaecer envolta na poeira do tempo.
       Trátase, simplemente, dun teatro comprometido e ata, se sequere, necesariamente polémico, aínda que, se acdra, sería máis axeitado dicir simplemente provocativo. Compromiso que, en calquera caso, se debe entender con Galicia, coa Galicia de sempre. Ben que, só, en canto esperta inquedanzas no espectador que folga a súa pasividade ou indiferenza no conformismo de ideas adormecedoras de conciencias felices, a provocación actualiza e ata personaliza a súa evidente agresividade.
    O seu teatro, o teatro de Roberto Vidal Bolaño, é, neste senso, rabiosamente actual, incluso circunstancial, con canto de limitador se queira caracterizar esta cualidade negativa da obra de arte. Pero na eficacia mesma do poder provocativo que conleva o descubrimento ou a toma de conciencia dunha verdade que xorde do fondo íntimo da realidade auténtica. Ou dito doutro modo: é a propia realidade, revelada no seu senso profundo polo autor a través da maxia da súa persoal recreación, a que berra urxencias e adhesións do espectador, non, en canto obxectivo pretendido polo creador, senón en canto este logrou acada-lo verdadeiro significado desa realidade.
       Pois ben, ¿non é, mesmo, este o senso derradeiro da obra da arte? ¿do que chamamos literatura clásica? ¿da obra universal?...
          Agasallo de sombras é, mesmo neste senso, un exemplo suficientemente expresivo deste modo de traballar de Roberto Vidal Bolaño. Se cadra, incluso, excesivo, xa que calquera outra das súas obras, cando menos, boa parte delas, resultarían igualmente válidas para este intento de nos achegar a iso que, sempre, é un pequeno misterio no proceso creativo dun autor. Non está en absoluto en desacordo coa nosa lectura a sutil observación de Luca de Tena cando escribe:
         "En la dramaturgia de este autor nos hemos acostumbrado a ver máscaras y gigantes como sombras alargadas de la colonización cultural, el costumbrismo complaciente o la injusticia tolerada que es el lujo de la cultura caciquil. Pero este aquilatado oficio de tinieblas no está puesto aquí en oposición a ningún depredador, como podía suceder en Laudamuco, señor de ningures o Xaxara... El empeño es, por el contrario, despejar el camino hacia la figura de la artista evanescente a la que han puesto sitio las prerrogativas del mito."
            Hai, sen dúbida, no modo de representa-la realidade de Roberto Vidal Bolaño, un certo pudor que se explicita, con toda claridade, na súa persoal linguaxe tetral. Un aspecto do seu teatro que será importatante non confundir con outras formas, máis ou menos próximas, de escamoteo da realidade. Refírome, evidentemente, a recursos coma a monumentalidade escenográfica, o interese pola presencia de elementos de gran expresividade plástica ou a mesma sorpresa dunha iluminación creadora de sensacións e emocións determinadas. Sendo elementos, entre outros, que disfrutan dunha particular atención por parte deste autor-director -moitas veces resulta pouco doado deslindar na súa obra canto hai nela dun e doutro-, nunca son máis ca simples instrumentos de comunicación, palabras, por dicilo dun xeito máis preciso, da súa linguaxe teatral. Están alí e son importantes só en canto contribúen a resalta-lo significado da mensaxe que se pretende transmitir. Resulta, neste senso, muy significativo que sexa, mesmo, neste ámbito, no campo concreto da linguaxe, onde o autor de Agasallo de sombras apareza coma máis debedor de creadores alleos. Particularmente interesado, segundo confesión propia, no teatro de Otero Pedrayo, sobre todo no Teatro de máscaras, e no de Castelao, "os vellos de Castelao", non renunciou nunca ningunha experiencia teatral, propia ou allea, para lle dar forma ó mundo das súas visións e fantasías particulares. Valle-Inclán, Jarry, Ionesco, Strindberg... latexan no fondo das palabras e dos logros plásticos desta nova linguaxe do teatro galego. Pero son estas ideas e fantasías e non, por moi alto que sexa o seu relevo na posta concreta en escea, aquelas formas e recursos técnicos, as verdadeiras protagonistas do teatro de Vidal Bolaño.
           "As máscaras e xigantes como sombras alongadas" e as mesmas sombras son formas simplemente disimuladoras desa pudibundez do autor abraiado diante do misterio que remata de descubrir. Coma aquela fuxida de Décimo Xuño Bruto diante do agasallo recibido do deus Apolo na contemplación do seu mergullo nas augas do mar do Fisterra. Quero dicir simplemente que non se trata en absoluto de ningunha clase de actitude pacata, pero si dun xeito de respecto, case sacro, ó senso secreto dun mundo que sinte facerse realidade transparente na súa mente creadora. Dubidoso, se cadra, da eficacia do impacto directo da verdade sobre o espectador, fai que as cousas e as persoas aparezan coma sombras, máscaras, xigantes soñados ou xogos de luces con música e ruídos, que chegan até o espectador-oínte coma témeros bruídos do vento.
         Sinte o autor, vítima quizabes dese desasosego que afoga os seus folgos de creador insatisfeito -Vidal Bolaño, é necesario salientalo, é un autor en permanente busca dunha perfección expresiva que, na apariencia, o fai en cada obra diferente- ou, se cadra, daquela pudibundez da que estabamos falando, a necesidade dun novo léxico, léxico teatral naturalmente, que lle permita feri-la sensibilidade amortecida do espectador. É, sen dúbida, outro xeito de tranquilizar espíritos conformistas que renuncian posibilidades de novos camiños. Pero profundamente eficaz na súa capacidade de sorpresa. "E como se precisara relembrar a sabeduría de tempos andados -confésanos el mesmo- para non me deixar apresionar polo engado de certas sabichas de tempos presentes, vólvome un amante infiel e soño alianzas teatrais nas que Shakespeare e "Os Resentidos", ou Wagner e Méndez Ferrín suban collidos da man a un mesmo escenario baleiro." E o espectador-receptor, golpeado no lado máis descoidado, olla e analiza un mundo, alleo a súa experiencia de observador lóxico, que, pouco a pouco, paseniñamente, se vai facendo realidade diante del. Pode que, nun primeiro momento, un mundo descoñecido, pero que, logo, dun xeito case inconsciente, se vai facendo familiar, sentíndoo logo, sen case se ter decatado, coma algo que lle é de todo propio.
           Agasallo de sombras é, sen dúbida, un deses mundos máxicos creados por Roberto Vidal Bolaño, rechazado por aqueles que non cren nos mitos antigos -os máis intelixentes renunciaron dende un principio a mesma necesidade de, primeiro, velo-, e, acremente, criticado por aqueles outros que, non se atrevendo a confesa-los seus medos diante das verdades núas, sentiron, coma un ataque aberto e despiadado ás súas crenzas máis santas, o intento de amosarlle a un público inocente a outra cara, a cara da realiade máis humana, dunha Rosalía de Castro, muller, e dun Manuel Murguía, simple home mortal. Uns non quixeron escoitar o silencio que se fixo coro no escenario dun teatro galego, mentras outros, ouíntes escandalizados, intentaron acalar aquela voz co ruído da súa protesta.
            O resultado final fora ende ben un éxito do teatro galego contemporáneo.
            Foran, quizabes, poucos os que entenderan que Vidal Bolaño non se comprace no relato do mito, na súa posta en escea. Impórtalle, xa o dixemos, o pasado, as raigañas mesmas nas que se asenta o noso presente e se fundamenta o noso futuro. Pero dende unha perspectiva nova, reflexiva e crítica, que nos permita descubri-la verdade auténtica do seu senso máis profundo. Non me parece que a palabra desmitificación sexa a máis acertada para definir este modo de ver e recrear deste autor. O seu traballo semella máis un acto, case ritual, de desvesti-la tradición dos adornos que falsean a súa significación, de desempoeira-lo pasado facéndoo visible no brillo da súa propia luz. Fronte a esa tendencia, tan enganosa coma perigosa, de mitificar canto, dende unha perspectiva nacionalista, parece ter algún valor simbólico, alonxándoo asi, na súa capacidade de estímulo e alento, da doada posibilidade de se tomar coma exemplo, Vidal Bolaño realiza o esforzo de devolvérnolo na súa envoltura máis familiar, máis real, e, polo mesmo, con maior capacidade de formar parte de nós mesmos.
        Penso que é neste senso como se debe entender tamén Agasallo de sombras. A síntese que fai Gustavo Luca de Tena no artigo citado ben merece unha nova lectura. Escribe o prestixioso crítico:
           "Vidal Bolaño pone en boca de Rosalía un verso que podría ser de Rosetti: 'Soy lo que pudo haber sido', con el añadido trágico 'y no lo fue'. Sin embargo Rosalía Castro no está en Agasallo desombras para representar ninguna catástrofe afectiva. El autor la enfrenta a Aurelio Aguirre, príncipe romántico de Compostela, o la lleva al revolucionario Banquete de Conxo (1.856) para buscar la línea de sombra de su personaje. La misma que persiguieron Proust o Henry James. La lucha contra la dispersión y la 'melancolía de haber nacido' (Virginia Woolf) son el soporte de esta resurrección de Rosalía. Descubrir una personalidad fracturada, sugerir la complejidad y mostrar un desierto en el que no existen los héroes por más que los problemas se empeñen en sembrarlos, es la locura que ha convertido en lenguaje teatral Roberto Vidal Bolaño".
        Recupera-la verdade desta muller-símbolo é, sen dúbida, o primeiro obxetivo de Agasallo de sombras. Unha verdade que, neste caso, no caso concreto de Rosalía, é, como se di no verso citado anteriormente, "o que poido ter sido, e non foi". E Vidal Bolaño lógrao a través da creación, non, como dixeron algúns, a través da destrución. Ben que, evidentemente, sempre haxa no acto creativo unha parte esencialmente destrutiva. É a razón mesma da traxedia que latexa no fondo da dualiade vida-morte ou morte-vida, actos, radicalmente, creativos. Na resposta do autor a unha pregunta de G.L.T. sobre o carácter actual ou arqueolóxico dun espectáculo coma Agasallo de sombras, publicado no citado número de EL PUBLICO, o autor manifesta con toda claridade o seu propio punto de vista. A cita, aínda que un pouco longa, non ten desperdicio:
          "A obsesión de todo aquel mundo que rodeaba a Rosalía de facela á medida e comenencia deles mesmos séguese a dar hoxe e aquí no terreo da cultura. Por razóns diferentes, todos pretendían obrigala a que fose dunha maneira determinada: a súa nai para que non manchara máis á familia; Murguía porque necesitaba a existencia dunha poesía importante en lingua galega que completase a súa teoría de Galicia como rexión. Cultura é o que eu penso e non aquilo que fai o que a dirixe. Neste senso, non coido que este espectáculo teña nada de arqueolóxico. Por outra parte, o mito de Rosalía é algo que se segue alimentando con verdades a medias, e falar hoxe daquel tempo con aportacións que non pretenden ser científicas, senón que se asumen dende o plano tremendamente libre da creación, é, como se dixéramos, que os feitos pasados se poden ver con máis criterios que os meramente historicista, sobre todo cando estes construíron esa realidade, pasada, a súa maneira."
        Evidentemente, a verdade, así recuperada, é dicir, dende presupostos necesariamente artísticos, non ten en absoluto porque coincidir nin coa verdade científica nin, tan siquera, coa verdade obxectiva, a verdade da nosa propia experiencia. Pode, incluso, ser unha simple apariencia, un engano ou unha enorme mentira. Sobre todo -¡témera contradición de todo creador!-, cando, na necesidade dunha comunicación intelixible, ten de ofrecer esa verdade recuperada vestida con novos traxes condenados á súa vez a seren tamén vellos mañán.
        Chegados ata aquí, penso que é tempo de voltar ó principio, ó mesmo punto de onde partíramos. Avó -preguntoume de súpeto o meu neto de seis anos- ¿o Quixote é verdade? Sei ben que a súa pregunta se refería concretamente á verdade das imaxes da serie televisiva que estabamos vendo, e que a resposta podía ser, polo mesmo, abondo simple. Pero...¿cal é verdadeira realidade do Don Quixote creado por Cervantes? ¿É unha verdade? ¿Qué clase de verdade? Non é, de certo, unha verdade científica ou histórica, nin unha verdade da nosa experiencia. No ámbito destes coñecementos, é só un engano, unha mentira. E, non obstante, ninguén se atevería a poñer en dúbida a súa absoluta verdade. Máis aínda: sentímolo tan verdadeiro e auténtico que non temos demasiado reparo en nos ver a nós mesmos nel. Esta é a verdade que esiximos na arte; unha verdade absoluta, case divina, por enriba da constatación científica e, incluso, da nosa propia experiencia obxectiva.
         A busca desta verdade constitúe, dende o noso punto de vista, a esencia mesma da arte de Roberto Vidal Bolaño. Pero o seu acerto ou, con máis propiedade, o seu camiño é, ata agora polo menos, a busca da autenticidade da realidade que dramatiza, da identidade da cultura da que se sinte actor e autor, da súa propia identidade. Naturalmente, con criterios diferentes dos "meramente historicistas", e, polo mesmo, en risco permanente de contradición cos nosos "saberes" máis cómodos e tranquilizantes;  a través dunha linguaxe teatral que, tanto no autor de textos coma no director escénico, nos evoca sobre todo os modos e a sensibilidade dun Valle-Inclán. Unha arte, en fin, na que o sentimento da Terra se revela coma mensaxe de reflexión sobre o noso propio futuro a través da palabra e os valores plásticos dun teatro galego comprometido coa verdade, creadora, dunha cultura propia.
        Penso que este é o camiño axeitado dun teatro galego que, sen renuncia-la súa propia personalidade, teña de ocupar un posto de honra no contexto do teatro universal. Penso, de certo, que é o seu único camiño. Resultaría, evidentemente, falso reduci-los logros do teatro galego actual ó labor neste campo dun creador coma Roberto Vidal Bolaño, sendo esta moi importante. Son moitos os esforzos que, nesta preocupación por dignifica-la arte escénica galega, coinciden e participan de moitas ideas do fundador do grupo Antroido, un proxecto de Vidal Bolaño co que, dende a práctica mesma, pretendeu espallar e defende-lo seu vello soño dun teatro profesional galego con capacidade suficiente para facer realidade aqueles esforzos propios e de tantos outros. Ben que, claro é, dende presupostos, obxectivos e procedementos moi diferentes. Sen dúbida, creativos e orixinais, uns, e máis interesados en aspectos comerciais, outros. Pero todos, penso, enriquecedores dun panorama teatral galego que, se dende dentro, dende a propia Galicia, está lonxe de logra-lo recoñecemento dun público burgués, apático e, tristemente, indiferente a canto fai referencia á necesidade e urxencia dunha normalización cultural do noso país, dende fóra, dende o resto do Estado e aínda dende Europa e América, esperta sorpresas e admiración entre as clases máis cultas.
         O obxectivo común de todos eles é, de certo, o teatro e, máis concretamente, o teatro galego. Pero mentras uns, convencidos do resultado do esforzo realizado, acometen empresas de creación propia, máis ou menos próximos, na súa concepción dun teatro galego futuro, ó camiño emprendido abertamente por Vidal Bolaño, outros, se cadra, incapaces de lle dar creto ó que lle amosa unha realidade teatral que todos temos diante, intentan roteiros máis moderados buscando na tradución de textos máis ou menos consagrados, de carácter anovador ou simplemente comercial, un modo de confirmar algo que, dende o meu punto de vista, é de todo evidente: a realidade dun espléndido teatro galego.
       Dos primeiros, podemos lembrar, entre outros: a Manuel Lourenzo, unha das figuras máis relevantes da nosa escea, ó fronte da Escola Dramática Galega e do seu propio grupo "Elsinor"; a Dorotea Bárcena, quizabes, a mellor actriz con que conta hoxe o teatro galego, e tamén con grupo propio, o "Teatro da Lúa"; a Juan Cejudo, estudoso do teatro estranxeiro, que logra ó fronte do grupo "O Moucho Clerck" novos acertos coa incorporación ó teatro galego de técnicas procedentes sobre todo do universo da "comedia italiana"; ó teatro dos "Chéveres", incorporando e integrando no noso teatro temas alleos, popularizados entre nós a través do cine e atelevisión; o teatro infantil de "Ollomol", coa suficiente carga no seu contido para servir de atracción e conquista para o teatro galego dun público pouco interesado no mesmo; ou "Os monicreques" do Cucas, enchendo ese espazo tan importante que representan os nenos. O grupo daqueles que cren que, diante de nada, é necesario crear un clima teatral, en lingua galega, que consinta logo outra clase de aventuras, pertencen, con matizacións que non son posibles nesta brevísima referencia, figuras coma Xulio Lago, ó fronte dun magnífico grupo, o "Teatro do Atlántico", cunha primeira actriz, María Barcala, posuidora dunha das máis exquisitas sensibilidades artísticas da nosa escea; Eduardo Alonso, co "Teatro do Noroeste"; ou o grupo "U.V.G.", entre outros.
         Dise, efectivamente, que tódolos camiños levan a Roma, e, aínda que neste caso concreto témo-la ollada posta nun destino moi diferente, non quixéramos deixa-la impresión de que pretendemos ser guieiros de alguén. Coidamos só que o camiño que sentimos descubrir na obra de Vidal Bolaño é unha rota esperanzada cara un futuro de ilusión para un teatro galego que camiña xa seguro de si mesmo.
            ¡Que a súa compaña nos sexa leda!

                                                                                  M. Quintáns S.